“Hizo dos pasos y cayó justo sobre el charco de agua podrida que lentamente fue tiñéndose de rojo. Lo último que alcanzó a decir fue el nombre de su asesino: ‘buscalo al esposo de la Isolina. Él me mató’, ordenó. Inmediatamente después se desmayó en los brazos de la mujer que había sido su compañera durante los últimos años”.
Así comenzaba la crónica de la muerte de Hugo Daniel “El Rengo Ordóñez” Tévez que fue publicada en LA GACETA el 22 de marzo de 2009. Ocho disparos acabaron con la existencia del hombre que habría impuesto el modelo del narcomenudeo en la provincia. Había tenido una vida agitada. Una vida que podría transformarse en un guión de una serie en el que se podría narrar las peripecias de un tucumano que explotó el negocio de las drogas.
1- Villa 9 de Julio fue su primer lugar en el mundo
Tévez nació en el corazón de Villa 9 de Julio. Los vecinos lo recordaron como un joven inquieto, lleno de vida y con ganas de crecer. Sus comienzos fueron diferentes a varios de los hombres que se inclinaron por esta actividad ilícita. Peronista de alma, con algunas causas en su contra por delitos menores, el Servicio Militar le cambió la vida. Cansado de recibir órdenes y de sufrir castigos físicos porque odiaba la disciplina castrense, tomó una drástica decisión: con el fusil que le habían entregado para el entrenamiento básico, se disparó intencionalmente en su pie con un solo fin: conseguir que le dieran la baja. Así nació su sobrenombre: “El Rengo”, pero lo de Ordóñez es aún misterio.
Por esa herida, el destino también le terminó sonriendo. Inició una demanda contra el Estado y la ganó. Cobró una importante suma de dinero y pudo, gracias a las facilidades del sistema de esos tiempos, montar una flota de por lo menos 10 taxis.
Fabián Salvatore fue jefe de la Dirección General de Drogas Peligrosas (Digedrop) durante mucho tiempo. “Él fue un hombre distinto, diferente a los que incursionaron en la comercialización de drogas”, explicó en una entrevista con LA GACETA. Tévez fue un visionario. En los 90, cuando comenzaba a masificarse el consumo de hojas de coca en la provincia, probó suerte haciendo viajes a Bolivia para adquirir el producto y luego distribuirlos en quioscos. En el reinado de la convertibilidad, él también se jugó con otro negocio: la compra de ropa en el país vecino y su posterior reventa.
Los investigadores sospecharon que por los permanentes viajes que realizaba a tierra boliviana hizo los contactos necesarios para incursionar en el peligroso mundo narco. Los pesquisas siempre pensaron que en un primer momento se encargaba de trasladar la droga. Esto habría durado hasta que conoció los secretos del negocio y decidió probar suerte. A los pocos meses, “El Rengo Ordóñez” ya había montado una estructura dedicada a la comercialización de estupefacientes en Villa 9 de Julio y luego la extendería a La Costanera.
2- Margarita Toro fue el eterno amor de su vida
Margarita “La Jefa” Toro tenía apenas 14 años cuando, empujada por la miseria, golpeó la puerta de la casa de Ordóñez para pedirle trabajo. Él, con 20 años, le dio el empleo, pero después se terminarían enamorando. Fue un amor de telenovela. Todo lo hacían juntos. Incluso, ella se transformó en su mano derecha en el negocio. La Digedrop, en 1998 los detuvo en su domicilio de Villa 9 de Julio acusados de comercialización de estupefacientes.
“Eran el uno para otro. Él era un tipo muy inteligente. No era como los otros changos. Mientras sus allegados cometían asaltos, él estaba tranquilo en su casa viendo qué negocio podía hacer. Ella, en cambio, era muy ambiciosa. Quería crecer”, explicó Jorge, un amigo en común de los dos. “Todos saben que cuando ellos estaban despegando, Margarita juntó a su familia en una reunión y con ‘El Rengo’ sentado en la punta de la mesa, les hizo una promesa: ‘no vamos a ser nunca más pobres”, contó. Y los Toro, ahora sospechados de dirigir una red de narcomenudeo, no volvieron a pasar hambre.
Tévez tenía un defecto. Era un mujeriego empedernido. Sus constantes andanzas y la segunda detención en 2001 por una causa de drogas, terminaron alejándolo de Margarita, pero nunca dejaron de verse. La pareja tuvo un hijo de crianza: Juan Carlos Suárez. El último problema legal que tuvo “El Rengo Ordóñez” fue dos meses antes de ser asesinado. Lo detuvieron por haber agredido a un custodio de la Digedrop cuando fue a visitar a su ex, en tribunales federales. Después de la separación, ella se quedó en Villa 9 de Julio, él en La Costanera.
Nilda “La Cabezona” Gómez, que en diciembre comenzará a ser juzgada por tráfico y comercialización de drogas, fue amiga de la pareja. Días después del homicidio de Tévez, le dijo a LA GACETA: “Me dijeron que Margarita lloró mucho, que quedó muy mal. Yo también lloré. No puedo creer lo que pasó”. “La Jefa” prefirió no hablar del tema.
3- Terminó transformándose en un maestro del negocio
Los especialistas en la lucha contra el narcotráfico dijeron que “El Rengo Ordóñez” fue como un de árbol gigante que con su sombra crecieron otras familias que se dedicaron al narcomenudeo.
Además de los Toro, en esta lista aparecen “La Cabezona” Gómez y su esposo Jorge “El Loco” Ríos. La única condena que tuvo Tévez fue porque en un operativo de Gendarmería Nacional secuestraron cocaína en la casa de Honduras al 1.500 donde vivía la pareja y que era de su propiedad. Los tres pasaron a la historia no por la condena que recibieron, sino por un incidente que protagonizaron en el Tribunal Oral Federal.
Las audiencias fueron tensas porque los tres acusados aseguraron que eran inocentes y que los gendarmes les habían plantado la droga. Al escuchar la condena en su contra, los imputados comenzaron a gritar en contra de los jueces. Luego, Ríos tomó la baranda que separa al público del tribunal y se los arrojó. “De milagro no les pasó nada. Pero al día siguiente comenzaron las obras y ese elemento se fijó por cuestiones de seguridad”, contó un empleado de la Justicia Federal.
“El Rengo” vivía muy cerca del final de la calle Honduras, una arteria que siempre estaba llena de barro. “Era imposible transitar por ahí y resultaba mucho más complicado realizar una investigación. En auto no se podía ingresar y un policía de encubierto levantaba sospechas a la legua”, explicó Jorge Nacusse, ex jefe de la Digedrop. Al final de ese camino, en una modestísima casa, vivía la familia Villalba que se dedicaba a la cría de cerdos. Allí creció Rogelio “El Gordo” Villalba que fue prácticamente adoptado por Tévez. Primero le dio un hogar, después un trabajo y terminó transformándose en uno de sus hombres de mayor confianza.
Desaparecido “El Rengo Ordóñez”, “El Gordo” no paró de crecer y, hasta que fue detenido en 2016, se convirtió en “El rey del paco” de La Costanera. Pese a que pasaron ya más de tres años de su detención, aún no enfrentó a un tribunal.
4- Un hombre odiado y respetado al mismo tiempo
La figura de “El Rengo Ordóñez” siempre despertó sensaciones encontradas en Villa 9 de Julio y en La Costanera. Hay muchos vecinos que lo defendieron, la defienden y lo defenderán, pero también se pueden encontrar personas que ni con su muerte lo dejaron de maldecir.
“Acá todos lo conocían. Había muchas personas que lo querían y otras que le deseaban lo peor. Eso genera la droga”, comentó Juan Carlos Fernández. El vecino de Villa 9 de Julio recordó que la casa de Tévez no sólo era visitada por otros colegas del negocio y por adictos, sino que normalmente había una romería de personas necesitadas. “Muchísima gente le pedía plata para poder pagar la boleta de la luz y comprar medicamentos y comida. Hasta hubo casos que él les pagaba el cajón para los adictos al paco que se quitaban la vida. Él pensaba que esa era la manera de reparar parte del daño que estaba haciendo”, agregó.
Las Madres de la Esperanza y de Los Pañuelos Negros, grupos formados por mujeres que perdieron a sus hijos por las adicciones a las drogas, lo denunciaron públicamente por ser el principal vendedor de sustancias en esos sectores de la ciudad. “En esos tiempos, cuando el narcomenudeo no estaba tan difundido, él era el más poderoso de todos. No voy a negar que todas nos alegramos con su muerte porque pensábamos que se había acabado lo peor. Pero no fue así. Nos dimos cuenta que en realidad el inventó el sistema de venta y los que lo sucedieron fueron más dañinos todavía”, explicó Esther, que prefirió no dar a conocer su apellido porque, según dijo, sigue denunciado a los “porquerías esos”.
Cuenta la leyenda que después de la muerte de “El Rengo” se produjo un hecho que refleja lo bajo que es el nivel del mundo de las drogas. A Tévez no lo habían comenzado a velar cuando uno de sus lugartenientes se presentó en la casa de una vecina que, supuestamente, le escondía el dinero de los negocios ilegales. El hombre le dijo a la mujer que su jefe había sido herido y que necesitaba el dinero para llevárselo a su esposa para que cubriera con todos los gastos. La cuidadora, acostumbrada a recibir instrucciones del empleado, le entregó un bolso que estaba lleno de efectivo. El hecho nunca fue denunciado, pero el empleado infiel desapareció de la provincia con más de un millón de pesos, en esos tiempos, unos U$S 281.000, ya que la moneda norteamericana se cotizaba en esos días a $ 3,56. Hoy la suma ascendería a casi $ 17 millones.
En el submundo se dijo que era un allegado a los Toro, pero miembros de esa familia desmintieron esa versión. Sí se sabe que huyó de la provincia y que regresó tiempo después sin una moneda. Actualmente, según el relato de varios, el sospechoso se lo puede encontrar cuidando autos o limpiando vidrios en la zona de la plaza Alberdi, lejos de la vida cómoda de sus familiares.
5- El día que lo acribillaron a metros de su casa
El año 2008 terminó mal para Tévez y 2009, continuó peor. En la noche de Navidad, Walter Santana fue asesinado por un transa en un quiosco de venta de drogas en el corazón de La Costanera. El crimen generó una barriada que incluyó la quema de varias casas en las que supuestamente se comercializaba cocaína o paco. Los vecinos indignados denunciaron a “El Rengo Ordóñez” como uno de los principales vendedores de la zona. En menos de 40 días, le allanaron tres veces su casa y fue detenido por agredir a un policía. “No vendo drogas, la gente me tienen envidia porque no puede creer que a alguien pueda estar bien”, le dijo a LA GACETA mientras pasilleaba por Tribunales.
Isolina era el nombre de la joven que se presentó a pedir trabajo como empleada doméstica en la casa de Tévez. Concurrió allí porque su esposo “Titi” Rodríguez estaba detenido en el penal de Villa Urquiza cumpliendo con una condena por robo y no tenía dinero para alimentar a sus hijos. Se lo dieron porque “El Rengo Ordóñez” conocía a la pareja de la mujer.
La joven, con sus caderas anchas y simpatía a flor de piel, terminó enamorando a su patrón. “Tití” desde la cárcel se enteró de la relación. Le envió decenas de mensajes a través de terceros y hasta lo llamó personalmente para decirle que pusiera fin a esa historia y que lo que estaba haciendo rompía con un código tumbero. Ese que habla de que la mujer de un preso ni se mira, y más aún si el “conquistador” también tuvo un paso por el penal. Pero Tévez no escuchó la advertencia. Él se había enamorado de Isolina, esa joven dulce que usaba jeans ajustados y calzas floreadas para destacar aún más sus atributos.
Rodríguez, en febrero de 2009, comenzó a gozar de salidas transitorias. En el segundo permiso, no volvió más. Mientras se encontraba prófugo comenzó a planear la venganza en contra de Tévez. Estuvo oculto mucho, tiempo. Como sabía que los policías lo buscaban, cambiaba permanentemente de escondite. Ya le había advertido a Isolina que primero la mataría a ella y después a su amante. Ella, pese a las recomendaciones de todos sus allegados, nunca denunció el hecho. Es más, nunca se supo si “El Rengo Ordóñez” estaba al tanto de la amenaza.
Un sábado 21 de marzo, el condenado por narco abandonó su casa para llevar al taller mecánico el VW Vento que había comprado hace muy poco tiempo. Después de dejarlo, volvió caminando a su casa. En el trayecto se encontró con una sobrina en Honduras al 1.700 y se puso a charlar. “Titi” lo venía siguiendo a bordo de una bicicleta, le disparó por la espalda con una pistola nueve milímetros. Tévez cayó al suelo y, cuando observó que el homicida estaba por dispararle a la chica, la tomó del pie y la obligó a caerse, salvándole la vida. Rodríguez, con la víctima tirada en el suelo, le disparó otras siete veces. Se subió al rodado, pero a los pocos metros, se le cortó la cadena y no le quedó otra que huir caminando y empujando al rodado. Nadie se atrevió a detenerlo. Y era lógico: le había arrebatado la vida de ocho balazos a uno de los narcos más famosos y peligroso del barrio.
Al principio, los investigadores descreían que el crimen había sido por una pelea por una mujer. Sospechaban que el oscuro negocio de las drogas podría haber sido el desencadenante del homicidio. Pero no hubo ninguna prueba que acreditara esa versión. Tampoco hubo debate para que surgiera un indicio. Rodríguez acordó un juicio abreviado donde se le aplicó una condena de nueve años por el crimen.
Tévez murió antes de que fuera atendido en el Centro de Salud. Dio su último respiro en los brazos de Viviana del Valle Agüero, su última pareja. Los vecinos le contaron a LA GACETA que el velorio y el sepelio fueron dignos de una película del crimen organizado. “Vinieron de todos lados. Medio penal de Villa Urquiza se paró frente al cajón. Muchos de los vecinos que él ayudaba también estuvieron presentes y acompañaron en el cortejo. En esos tiempos no había tiros, sino mucho respeto. Por eso nadie reaccionó a las burlas, insultos y festejos de las madres de los adictos que se alegraron con su muerte”, concluyó Jorge.